Algunos ya lo saben. Otros muchos, obviamente no, pero estoy
pasando por ese período tan peligroso que denomino de “pereza mental”. Sí, es
ese tipo de período que uno no sabe para dónde tirar, a pesar de tener retos
importantes en tu vida.
Sé que esto me pasa porque ya no estoy nadando como los
perritos, a toda prisa para no ahogarme, y que no tengo “ese gran reto” que
conseguir, ese gran reto que me llenaba de inspiración, y de una fuerza casi
sobre humana que me convertía en imparable. Sí, necesito un gran reto, y creo
que todas las personas que no son conformistas necesitamos grandes retos de
manera constante para encontrarle sentido a la vida.
Cuando me hallo en estos momentos siempre recurro a mi
interior y a la lectura, porque estoy ansiosa por encontrar una respuesta, una
dirección hacia la cual dirigirme, un objetivo que conseguir, un aliciente que
haga que me levante por las mañanas sin pensármelo dos veces.
¿Y qué he descubierto esta vez? Que a veces no siempre
consiste en encontrar ese gran desafío, sino que en muchas ocasiones el reto
mismo está en estimular a los demás, porque cuando lo hacemos, nos estimulamos
a nosotros mismos también. Esto tiene que ver más con la docencia, una de mis grandes pasiones, que con el
estímulo, pero transmitir conocimiento supone adentrarse en el maravilloso
mundo de los descubrimientos y de la exploración. Y es que, el 90% de la
educación es estímulo.
A pesar de ello, sigo en busca de ese gran reto, va implícito
en mi condición…