lunes, marzo 15, 2010

El talento


Post en colaboración con Yorokobu.


Voy a empezar este post con una frase que estarán hartos de escuchar en estos últimos años. “Todas las personas poseen talento, y todas, sin excepción, son capaces de conseguir lo que se proponen. Sólo hay que saber cómo”.

Esta afirmación la escuchamos y la leemos todos los días, junto a la otra expresión que versa que es la creatividad la única que nos va a salvar en estos tiempos de crisis. Pero, permítanme que les diga que yo no veo a más personas talentosas ni a más personas creativas. Por lo tanto, si esto es así, es que hay algo que está fallando, porque tenemos delante de nosotros un panorama idílico para explotar nuestro potencial y triunfar y, en cambio, no veo casos de éxito como debería corresponder.

Esta carencia está relacionada con varios aspectos de nuestra vida actual. Uno de ellos es la enseñanza y los educadores. Hoy en día, los profesores se quejan de que sus alumnos no están incentivados, que no quieren prosperar y que son conformistas. Incluso se preguntan a sí mismos: Pero, ¿a dónde se ha ido el talento? Y la respuesta es: el talento está delante de tus narices. En cada uno de tus alumnos, pero también es labor del maestro indicarles cuál es el camino para encontrarlo fomentando la pasión por lo que les gusta y no limitándose a transmitir lo que saben.

Cuando me fui a estudiar a Italia, me encontré con una grata sorpresa, y fue el mecanismo de enseñanza que impartían en la Universidad. Cada asignatura era impartida en un aula distinta. Según lo que se explicara, se impartía la lección en un aula que fomentase la percepción de la explicación de la materia, e incluso, dentro de la misma asignatura cambiábamos de espacio llegando a impartir la lección dentro de una iglesia. ¡Esto, en muchos sitios, es impensable!

¡Pero este mecanismo no tenía otro objetivo que transmitir pasión! Pasión por lo que aprendes, pasión por lo que quieres ser y pasión por conseguir tus objetivos. Esto es lo que escasea actualmente: maestros que transmitan pasión y, por lo tanto, que fomenten pasión.

No nos podemos quejar diciendo que lo que nos rodea es puro conformismo y pocas ganas de prosperar mientras no hacemos nada por fomentar esas ganas. Cada alumno es un diamante en bruto, es una persona con sus defectos y virtudes, con sus aptitudes y sus aspiraciones, por eso no podemos cometer el error de cortar de raíz esas incipientes ganas de triunfar diciéndoles lo que hacen mal y no fomentando ese lado salvaje y sin dueño que se llama talento. Debemos ser conscientes, como sociedad en su conjunto, de que somos cómplices del fracaso de muchas personas por nuestro afán de señalar y criticar los fallos ajenos.

Sensibilidad. Debemos ser sensibles con la persona que quiere aprender y prosperar sin caer en ser blandos. Sensibilidad y debilidad no son sinónimos, pero la gente los suele confundir. Una persona que realmente quiere aprender se expone ante el mundo como una persona ávida de conocimientos y, en ocasiones, es vulnerable a las críticas. Entonces, ¿por qué criticarlo? ¿por qué esa pésima costumbre de intentar apagar esa ilusión que nace en los otros?

Spinoza iba más allá, decía que “el éxito o el fracaso de la humanidad depende, en gran medida, de la manera en que el público y las instituciones encargadas de la gestión de la vida pública incorporen principios y políticas capaces tanto de reducir las aflicciones como de aumentar la prosperidad de las personas…”. Antonio Damasio, probablemente el científico que mejor conoce el mecanismo de las emociones afirma que “la comprensión de la neurobiología de la emoción y los sentimientos es clave para la formulación de principios y políticas capaces tanto de reducir las aflicciones como de aumentar la prosperidad de las personas”.

Eduard Punset opina, muy acertadamente, que la cuestión radica en la educación universitaria. En la necesidad de la educación de valores para fomentar el espíritu emprendedor entre los universitarios españoles. Sugiere empezar a trabajar antes de ello, y a muy temprana edad, con la “competencia emocional”.

Por lo que no estaría nada mal que los educadores fuesen conscientes del mecanismo de los sentimientos y de las emociones antes de ejercer la magnífica labor de la enseñanza, pues en sus manos reside el poder de fomentar o de aniquilar el talento y la pasión de sus alumnos, y estoy segura que con un mecanismo de enseñanza por el que se tenga en cuenta, sobre todas las cosas, los sentimientos y emociones de los alumnos, tendrá por resultado generaciones de triunfadores.

¿O acaso los genios de la historia de la humanidad no tuvieron un mentor que creyó en ellos? En la mayoría de las ocasiones, ¡sí! Y se preocupó de fomentar su pasión y su talento.

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