
La educación está dirigida a hacer adoptar a nuestros hijos o alumnos las ideas que determinarán su conducta ulterior. Aquí comienza nuestra andadura en los conocimientos de la vida, en nuestra educación.
Para nosotros se trata de encontrar nuestro camino, como un turista que trata de escalar una cima alta. Buscará el camino, aprovechando su experiencia personal, y cuando lo haya encontrado no se quedará quieto, sino que lo seguirá.
Lo que necesitamos en esta vida no es la voluntad que tantos pretenden tener, cuando no son más que voluntariosos. Es decir, esclavos de sus impulsos. Lo que nos hace falta es Inteligencia. Spinoza lo expresó de la siguiente manera: “La inteligencia y la voluntad son una sola y misma cosa.”
Pero, a su vez, a la inteligencia se le da un sentido demasiado restringido, pues cuando se califica a otra persona de inteligente es cuando demuestra poseer ciertas aptitudes intelectuales. La inteligencia no es unidimensional, mas bien, todo lo contrario.
Inteligencia viene del verbo latino intelligere, que quiere decir comprender. Todos los días vemos a personas muy “inteligentes” en el mundo de las ciencias, de las artes, de la política pero que no comprenden y son muy débiles de espíritu.
Les falta precisamente la inteligencia más necesaria, la que hace a los hombres y mujeres. Por ello, la educación que deberíamos recibir de nuestros educadores es la formación de esa inteligencia emocional que nos permite discernir y afrontar los obstáculos del camino ya identificado, bordeado de precipicios.
Las demás formas de inteligencia son inferiores sino tenemos una buena y sólida base de inteligencia emocional. En este caso, nuestro castillo corre el serio riesgo de desmoronarse. Tenemos universidades que nos forman como excelentes profesionales, pero lo que realmente nos hace falta es una escuela para formar hombres y mujeres. Como esa escuela no existe, tenemos que acudir a la auto-educación.
Así como no hay pensamiento libre, no puede haber tampoco educación de sí mismo verdaderamente libre. Nos es imposible querer pensar, o querer trabajar en nosotros mismos para engendrar una idea nueva. Lo que sí podemos hacer es desarrollar lo adquirido, profundizar en las ideas que nos han inculcado, y cada vez que añadimos algo que no ha sido adquirido es fruto de la experiencia, nuestro propio maestro.
Pero la auto-educación no se despierta en nosotros de una manera espontánea, sino que nace cuando descubrimos el tesoro que guardamos dentro.
Esta auto-educación es pasiva en el sentido de que nace de un impulso interno, que no seguimos sino encontramos un gran placer en ella. No vamos a añadir ideas nuevas, eso pasa con los descubrimientos científicos, aportan novedad, conocimientos nuevos a la humanidad. Pero nosotros con la auto-educación sólo vamos a manejar con ideas que han existido desde el principio de los tiempos.
Precisamente porque no pensamos lo que queremos sino lo que podemos, la auto-educación está dirigida a iluminarnos la senda del camino que nos corresponde y cuando se lleva a cabo acertadamente nos liga a un estado de tranquilidad interior que nos aporta la seguridad de saber que estamos en la dirección correcta. Es la construcción de nuestro ideal.
Pero podemos cometer el error de abandonar nuestro ideal, eso pasa cuando lo colocamos muy alto, cuando creemos que no es un objetivo a nuestro alcance. Es verdad que nos perdemos a menudo. Que nos olvidamos de dirigir nuestra mirada al astro interno que nos guía, pero siempre está, Levanta la cabeza! Nada de desanimarse ni de tomar como guía, para facilitar la cosas, algo más cercano a nuestro estado actual.
Cada vez más necesitamos de la felicidad íntima que resulta de la armonía entre nuestra conducta y la aspiración de nuestro ideal: Seguir nuestro camino.