Sigo sin parar con el único rumbo que tengo ahora mismo en mi vida, mi trabajo.
Es un viaje muy reconfortante, pero he de confesar que es muy cansado a la vez. Se necesita confiar mucho en uno mismo y creer en su objetivo para caminar sin descanso hacia el objetivo deseado.
Por otra parte, poder escribir mis aventuras y desventuras en este blog me ayuda a coger perspectiva del camino recorrido al leer los posts anteriores y ver todo lo que ha ocurrido.
Ahora la principal función que me he encomendado es eliminar una serie de malos hábitos.
El primer mal hábito: La autoflagelación.
Me castigaba sin piedad, me echaba encima de mis hombros muchas culpas y me señalaba con el dedo inquisidor constantemente.
Estos son hábitos propios de persona pesimista. De persona que no sabe avanzar y que, en el fondo, no quiere avanzar, sino echarse encima de los hombros la mayor excusa extendida en el mundo entero y el mejor refugio de los conformistas fracasados: la mala suerte.
¿Existe la mala suerte? Sí, es indudable que hay casos en los que realmente existe la mala suerte, como es la muerte de un hijo adolescente, o un accidente de tráfico por culpa de otro coche…pero aplicar la mala suerte a toda una vida porque no has conseguido lo que querías es lo peor que, a mi gusto, puede hacer alguien.
Siempre tuviste la opción de hacerlo y no quisiste. Es esto lo que hay que tener en cuenta. Siempre está la otra opción y, sobre todo, hay que saber que podemos optar por ella siempre.
El segundo mal hábito: Imponer mi criterio a los demás.
Este es uno de los malos hábitos que peor me lo han hecho pasar. Me costó mucho comprender que mi pensamiento no es el universal, que no puedo imponer mi manera de ser a los demás, sino que debo aprender a saber qué puedo esperar de los demás.
Este mal hábito encierra mucha inseguridad, pues al fin y al cabo se tiende a tenerlo todo bajo control, y sino controlamos la situación entramos en crisis. Teniendo en cuenta que es completamente imposible controlar todo lo que nos rodea, se entra frecuentemente en crisis.
Asimilar esta premisa cuesta. No es fácil aceptar, primero, tus propios fallos y, en segundo lugar, los fallos de los demás.
La modestia es una virtud muy valiosa.
El tercer mal hábito: La impaciencia.
Si había una característica que me podía definir a la perfección esa era la impaciencia.
Kafka afirmó que el 90% de los proyectos se vienen a pique por la falta de paciencia.
Vivimos en una sociedad, la occidental, que tiende a provocar los acontecimientos de nuestras vidas. No esperamos a que las respuestas vengan solas y nos cuenten qué camino es el que hay que seguir.
Al vivir tan deprisa no interpretamos las situaciones. Las situaciones hablan por sí mismas. Estamos rodeados de respuestas para muchas cosas, pero nuestra impaciencia nos ciega y nos impide ver qué está ocurriendo realmente.
Las respuestas siempre llegan, sólo hay que esperar a que maduren y hablen por sí mismas.
La paciencia, otra gran virtud.
El cuarto mal hábito: No aceptar las críticas.
Reconozco que no es fácil que alguien llegue y te diga a la cara defectos de tu carácter.
En ese momento puede salir a flote el recurso del reproche, un arma arrojadiza muy usada en estas situaciones, para intentar salir airoso de la situación.
Pero si nos paramos a pensar y reflexionar, ante una mala crítica de nuestro carácter se encuentra una oportunidad para mejorar. Aprender esto me costó mucho porque recibir el chaparrón de críticas calladita la boca es bastante duro.
Pero ya lo dijo Jodorowsky, díganme cuáles son mis defectos para ir a por ellos y mejorar, que mis virtudes ya sé cuáles son.
Hay más malos hábitos que debo eliminar de mi cerebro, pero como tengo que trabajar con mi subconsciente y a éste hay que hablarle como a un niño para que aprenda, me queda mucho trabajo por delante. Es lo que tiene ser inconformista…
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