Una de las frases más comunes que escuchaba a mis compañeros de trabajo en Madrid cuando les decía que esa vida no era la que yo quería vivir era..."es lo que hay".
Esta frase, y perdónenme los que la tienen como respuesta estrella, es reflejo de gente conformista que nunca llegará a ninguna parte y que se deja llevar por las circunstancias de la vida.
Y para buscarse la vida en esta jungla no debemos buscar fuera. La respuesta no está en boca de nadie, sino dentro de nosotros mismos.
Quizás no hay nada más que añadir. Prefiero que sea Jodorwsky el que se los cuente. Gracias Joaquín por haberme contado este cuento.
"Esa noche, a los cinco años de edad, al despertarme sumido en la oscuridad, cuando mis padres, después de trabajar doce horas seguidas en su tienda, se habían marchado al cine, me puse a lanzar gritos de terror. Al cabo de unos minutos, horas para mi, entró en el cuarto la fiel Cristina, una vieja empleada aquejada de una demencia tranquila; se tomaba por esposa de Jesucristo. Para calmarme me contó un cuento, “el medio pollo”, que hasta día de hoy no he olvidado:
“Érase una vez un medio pollo. Tenía un ala, una pata, un ojo, media cola, medio pico, medio cuerpo, media cabeza. Siempre andaba con hambre, por que no podía retener nada de lo que comía. Por su medio estómago se le escurría todo, por donde pasaba, sembraba la desolación.
El medio pollo devoraba las plantaciones de trigo, de maíz, de arroz, y también las lechugas, las legumbres, lo que fuera. Además de tragarse un lago, un río, un mar con sus peces, su sed no se calmaba…”
Me aterré más aún ¿Qué íbamos a hacer si el medio pollo llegaba a mi cuarto? Quizá intentaría devorarnos. Cristina me tomó las manos, que yo tenía apoyadas sobre mis ojos, y me las acarició con ternura. “No temas, Alejandrito. El medio pollo ya calmó su hambre y su sed, Ahora vive tranquilo en mi gallinero. Mañana por la mañana, cuando te despiertes, te lo voy a presentar…”
Después del desayuno, Cristina me llevó a la humilde cabaña que ella misma había construido, en las faldas de un árido cerro, con sacos vacíos y trozos de cartón – En Tocopilla, mi pueblo natal del norte de Chile, nunca llovía -, y lanzando un grano de trigo hacia las rocas vecinas llamó: “San Juan, ven a ver a mi amiguito”. No tardó en llegar corriendo, a picar la semilla, un pollo de plumas polvorientas, quizá negras, con dos alas, dos patas, dos ojos, un pico entero, una cabeza entera, una cola entera, un cuerpo entero.
- Te presento al que fue el medio pollo. Te voy a contar lo que pasó.
”Después de recorrer desesperado el mundo entero, al regresar a nuestro amado desierto se encontró con otro medio pollo, tan muerto de hambre y de sed como él. Al instante se amaron cuan buenos hermanos. Decidieron juntarse. Apenas aproximaron sus medios cuerpos, sus carnes y sus huesos se pegaron, dejaron de ser dos para convertirse en uno. Desde entonces, San Juan, como lo he llamado, se alimenta cada día con un grano de trigo y una gota de agua. Eso le basta para sentirse saciado.”
Quizá la locura no sea una enfermedad sino una forma de expansión de la conciencia... Me hizo comprender que yo era sólo la mitad de mí mismo. Que mientras me buscara fuera de mi espíritu, andaría angustiado absorbiendo maestros maestros y conocimientos sin sentirme nunca satisfecho. La otra parte, tan incompleta como yo, me esperaría hasta que mi desesperación fuera lo suficientemente intensa como para hacerme abrir las puertas de mi cárcel racional y unirme a ella, la impensable sombra que cambia de tamaño según la posición del sol, entendiendo por sol a la energía indefinible que nos mantiene en vida, a la que podemos, si bien lo queremos, llamar Dios interior ..."
Algunos cuentos me han ayudado a calmar el hambre y la sed. Son siempre mitades que nos transporta la tradición oral. Las otras mitades habitan en nuestra alma. Al unirse cada cuento con su interpretación, experimentamos una pequeña saciedad. Sólo cuando nuestra vida se reúna con nuestra muerte, experimentaremos entonces la feliz y gran saciedad."
“Érase una vez un medio pollo. Tenía un ala, una pata, un ojo, media cola, medio pico, medio cuerpo, media cabeza. Siempre andaba con hambre, por que no podía retener nada de lo que comía. Por su medio estómago se le escurría todo, por donde pasaba, sembraba la desolación.
El medio pollo devoraba las plantaciones de trigo, de maíz, de arroz, y también las lechugas, las legumbres, lo que fuera. Además de tragarse un lago, un río, un mar con sus peces, su sed no se calmaba…”
Me aterré más aún ¿Qué íbamos a hacer si el medio pollo llegaba a mi cuarto? Quizá intentaría devorarnos. Cristina me tomó las manos, que yo tenía apoyadas sobre mis ojos, y me las acarició con ternura. “No temas, Alejandrito. El medio pollo ya calmó su hambre y su sed, Ahora vive tranquilo en mi gallinero. Mañana por la mañana, cuando te despiertes, te lo voy a presentar…”
Después del desayuno, Cristina me llevó a la humilde cabaña que ella misma había construido, en las faldas de un árido cerro, con sacos vacíos y trozos de cartón – En Tocopilla, mi pueblo natal del norte de Chile, nunca llovía -, y lanzando un grano de trigo hacia las rocas vecinas llamó: “San Juan, ven a ver a mi amiguito”. No tardó en llegar corriendo, a picar la semilla, un pollo de plumas polvorientas, quizá negras, con dos alas, dos patas, dos ojos, un pico entero, una cabeza entera, una cola entera, un cuerpo entero.
- Te presento al que fue el medio pollo. Te voy a contar lo que pasó.
”Después de recorrer desesperado el mundo entero, al regresar a nuestro amado desierto se encontró con otro medio pollo, tan muerto de hambre y de sed como él. Al instante se amaron cuan buenos hermanos. Decidieron juntarse. Apenas aproximaron sus medios cuerpos, sus carnes y sus huesos se pegaron, dejaron de ser dos para convertirse en uno. Desde entonces, San Juan, como lo he llamado, se alimenta cada día con un grano de trigo y una gota de agua. Eso le basta para sentirse saciado.”
Quizá la locura no sea una enfermedad sino una forma de expansión de la conciencia... Me hizo comprender que yo era sólo la mitad de mí mismo. Que mientras me buscara fuera de mi espíritu, andaría angustiado absorbiendo maestros maestros y conocimientos sin sentirme nunca satisfecho. La otra parte, tan incompleta como yo, me esperaría hasta que mi desesperación fuera lo suficientemente intensa como para hacerme abrir las puertas de mi cárcel racional y unirme a ella, la impensable sombra que cambia de tamaño según la posición del sol, entendiendo por sol a la energía indefinible que nos mantiene en vida, a la que podemos, si bien lo queremos, llamar Dios interior ..."
Algunos cuentos me han ayudado a calmar el hambre y la sed. Son siempre mitades que nos transporta la tradición oral. Las otras mitades habitan en nuestra alma. Al unirse cada cuento con su interpretación, experimentamos una pequeña saciedad. Sólo cuando nuestra vida se reúna con nuestra muerte, experimentaremos entonces la feliz y gran saciedad."
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